Por las características de su oficio, los sepultureros no tienen sentido del humor (ni siquiera de humor precisamente negro), por lo que no suelen reír con nadie ni hacer chistes, ni mucho menos celebrar a lo público sus hazañas en el trabajo, conscientes de que la falta de carisma (pues ni la cara los ayuda) no les permite alcanzar la gloria. Por eso, y pese a todo lo sabido, no me explico cómo un sepulturero (¡ese mismo!) ha podido llegar tan lejos en el PRD, un partido tan difícil de matar que ni Trujillo, ni Bosch, ni Balaguer pudieron enterrarlo.
Por Ramón Colombo
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