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lunes, 24 de febrero de 2020

El 'ruidoso' origen de los cacerolazos en Latinoamérica

Cacerolazo
Aunque aparecen para reclamar alimentos, han tenido el poder de hasta tumbar presidentes.


Por: RAFAEL QUINTERO CERÓN
 
Puede que parezca difícil de creer hoy, pero los llamados cacerolazos, esa ruidosa forma de protesta que consiste en golpear ollas lo más fuerte posible para hacer sentir una inconformidad, no nació de las clases populares, sino todo lo contrario.


Su origen se remonta a las mujeres acomodadas de Chile, quienes salían a las calles ‘armadas’ con artefactos de cocina a protestar por la escasez de alimentos que sentían que había traído el gobierno socialista de Salvador Allende.



Tal como relata el portal Memoria chilena, de la Biblioteca Nacional de Chile, el 2 de diciembre de 1971, un grupo de mujeres opositoras a Allende llenaron las calles del centro de Santiago golpeando ruidosamente sus ollas, en lo que fue llamada la Marcha de las Cacerolas Vacías.

El ruido de olletas y sartenes se replicó posteriormente en varias ciudades de ese país y fue tal su magnitud que dio origen al movimiento de derecha Poder Femenino, uno de los más fuertes y acérrimos opositores del gobierno socialista, que a la postre sería derrocado el 11 de septiembre de 1973.
Ese primer cacerolazo dejó hasta banda sonora, cantada por el grupo folclórico Quilapayún y que dice: “La derecha tiene dos ollitas, una chiquita, otra grandecita. La chiquitita se la acaba de comprar, esa la usa tan solo pa' golpear”.
Luego, el salto en el tiempo ubica a los cacerolazos en Argentina. Fue allí donde alcanzaron su ‘madurez’ y se hicieron famosos en el resto del continente. De hecho, el estudio 'Historia de los cacerolazos: 1982- 2001', realizado por la investigadora Roxana Telechea, del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Sociales de Argentina, ubica el primero el viernes 20 de agosto de 1982.


Ese día, “un grupo de mujeres, niños y desocupados provenientes de barrios y villas de la Capital Federal” colmaron la Plaza de Mayo, hastiados de que los salarios no alcanzaran para comer. “Pan y trabajo”, “que bajen los impuestos”, “aumento de sueldos”, “el hambre ya no se soporta”, “los niños de las villas ya no comen carne”, “no podemos comprar pan y leche” eran las arengas.



Según esa investigación, entre 1982 y 1990, ya con Argentina abrazando la democracia, las cacerolas siguieron siendo protagonistas. El que más tuvo que ‘sufrir’ el auge de las marchas multitudinarias acompañadas por la música de los cacharros de cocina fue el presidente Raúl Alfonsín, quien gobernó entre 1983 y 1989. En total, en ese lapso hubo 13 marchas catalogadas como cacerolazos por la autora del estudio.

El estudio 'Historia de los cacerolazos: 1982-2001' ubica el primero en Argentina, el 20 de agosto de 1982
Entre 1996 y 2001, se produjeron cinco cacerolazos y es ese período en el que ocurre el que es considerado el más fuerte: el del 19 de diciembre de 2001, en protesta por la medida del presidente Fernando de la Rúa de restringir el retiro de dinero de las cuentas corrientes y de ahorro, conocida como el ‘corralito’.


Ese día, miles de personas llenaron las plazas y calles de Argentina acompañados por el ruido ensordecedor de las cacerolas. “Ni agitadores ni agitados: espontáneos. Sin que nadie los convocara, sin acuerdo previo, miles de vecinos de la ciudad comenzaron anoche una estruendosa manifestación que arrancó con cacerolazos desde los balcones y se extendió a las calles, con sones de cornetas, bocinas e insultos contra el Gobierno”, relató el diario La Nación al día siguiente.



Luego vinieron los saqueos, los enfrentamientos y el desmadre en las protestas. Pero también una brutal represión policial que dejó al menos 30 muertos. Al otro día, De la Rúa tuvo que renunciar y comenzó una etapa de crisis institucional: el país tuvo tres presidentes en menos de un mes: De la Rúa, Adolfo Rodríguez Saa y Eduardo Duhalde.

Cacerolas por Chávez, cacerolas contra Chávez
Más cerca de Colombia, el antecedente de cacerolazos está en Venezuela. El ruido de las ollas ha acompañado a los venezolanos desde el famoso Caracazo de 1989, luego de que, en medio de la crisis económica, el gobierno de Carlos Andrés Pérez tuviera que establecer un fuerte plan de ajuste fiscal conocido como el ‘paquetazo’.


El descontento por estas medidas llevó a una oleada de protestas (y de cacerolazos, por supuesto) que tuvo su punto más alto el 27 de febrero de ese año, cuando las protestas derivaron en desmanes, saqueos y una brutal represión de las fuerzas del orden que dejó, oficialmente, 276 personas muertas. Pero extraoficialmente se dice que pudieron ser hasta 2.000.



Historiadores coinciden en que esos eventos fueron el punto de giro definitivo que llevó al chavismo al poder. Pero el propio Chávez tuvo que padecer también el ya famoso ruido del metal de cocina. Desde 2001 hasta 2012, la cacerola fue la protagonista de todas las manifestaciones.

La usaron los antichavistas el 11 de abril de 2002, cuando dejó provisionalmente el poder,  y la usaron los chavistas el 14 de abril de 2002, cuando el fallecido comandante fue restituido en su cargo.



En Venezuela, sin embargo, los cacerolazos tienen una característica que difiere de los de Argentina: la mayoría se realizan en los barrios, desde las ventanas. No es necesario un punto de concentración, lo que facilita que quienes desean alzar su voz puedan hacerlo sin temor a represalias o quedar en medio del vandalismo.


Monumento a la Cacerola

Monumento a la cacerola, ubicado en la población de San José de Jachal, en Argentina. Foto: EagLau/Wikimedia Commons

En Colombia, el 21 de noviembre se vivió un fenómeno ‘mixto’. Si bien muchos hicieron sonar sus ollas desde las ventanas, se vieron imágenes de marchas espontáneas entre los barrios y en ellas confluyeron amas de casa, personas mayores, niños y niñas. Rostros que no suelen verse mucho en las manifestaciones tradicionales y que, quizá, constituyen gran atractivo de esta forma de protesta tan simple como poderosa.

No por nada en la ciudad de San José de Jachal, a 15 horas de Buenos Aires, en Argentina, reposa un monumento a este sencillo y espontáneo artefacto de protesta. Y su advertencia es contundente: “Funcionario. La cacerola vigila”.
RAFAEL QUINTERO CERÓN

REDACCIÓN INTERNACIONAL
@TheFugazi

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