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lunes, 7 de octubre de 2013

Estados Unidos y el Gobierno de Bosch

 Leonel Fernández
Aunque no había sido su candidato favorito en las elecciones de diciembre de 1962, no había, en principio, ninguna razón válida o de peso para que el gobierno del presidente John F. Kennedy no brindase su respaldo al del profesor Juan Bosch.
Después de todo, Bosch había sido electo en forma abrumadora en las primeras elecciones democráticas celebradas en la República Dominicana después de la larga tiranía de Trujillo; y la política norteamericana de la época, en plena Guerra Fría,  procuraba promover regímenes democráticos, en contraste con lo que entonces se denominaba sistema castro-comunista, surgido del triunfo de la Revolución cubana en 1959.
Además, el líder del Partido Revolucionario Dominicano formaba parte de un círculo conocido de izquierda liberal democrática, de la que participaban destacadas figuras latinoamericanas, como Rómulo Betancourt, José Figueres y Luís Muñoz Marín.
De manera que, en general, no había motivos para poner en dudas las credenciales democráticas de Bosch, puestas de manifiesto durante cerca de un cuarto de siglo de intensas luchas políticas en contra de la dictadura de Trujillo y de otros regímenes despóticos de la región.
Sin embargo, aún desde antes de acceder al poder, en plena campaña electoral, Juan Bosch había sido acusado de comunista. La imputación más severa le vino de Láutico García, el sacerdote jesuita, quien, sin embargo, en medio de una polémica pública con Bosch ,se vio obligado a retractarse.
El daño, no obstante, ya estaba hecho. La acusación de comunista habría de perdurar durante los siete meses de gobierno. Las manifestaciones de reafirmación cristiana se hicieron, como se decía en la época, “para que el país se enfrente a las fuerzas disociadoras, antipatrióticas y anticristianas del comunismo”.
Igual puede afirmarse de  la oposición desatada por  la Unión Cívica Nacional, el de otros pequeños partidos de oposición y el rol desempeñado por varios medios de comunicación, cuyo propósito era ®defender a la patria de las garras del comunismo.®
Rol de Estados Unidos
A pesar de que un mes antes de la toma de posesión, en enero de 1963, se llegó a esparcir el rumor de que había una gran actividad conspirativa encaminada a producir un estado de insurrección nacional e impedir un cambio de poder, puede afirmarse  que hubo un apoyo inicial de Estados Unidos al gobierno del profesor Juan Bosch.

La visita de Bosch a la Casa Blanca, donde fue recibido por el presidente Kennedy, así lo evidencian. En aquel encuentro histórico, el joven mandatario norteamericano se comprometió en ayudar a la incipiente democracia dominicana.
Sin embargo, hacia el mes de mayo de 1963, es decir, a escasamente tres meses de Bosch haber asumido su mandato, el embajador norteamericano en el país, John Bartlow Martin refiere, en su libro, El Destino Dominicano, que al solicitarle al representante de la AID, Nowell Williams, que trabajase en la lista de programas a ser ejecutados en favor de la República Dominicana, este le respondió que “Teodoro Moscoso, el coordinador de la Alianza para el Progreso, el presidente Rómulo Bentancourt y el sub-secretario de Estado Averrell Harriman, han llegado al acuerdo de que Bosch se ha acabado y hay que quitar las manos”.
Más aún, “que se nota una cierta dureza de Washington contra la Republica Dominicana... lo cual se refleja en no conseguir que les entreguen 30 mil toneladas de trigo, según la Ley de Alimentos para la Paz, ni los 22 millones de dólares retenidos desde los tiempos de Trujillo por la venta del azúcar”.
Según el embajador Bartlow Martin, Williams le dijo que “desde que Bosch tomó posesión no hemos conseguido nada...Creo que Washington ha decidido que Bosch va a caer y por lo tanto no piensa invertir más dinero en la República”.
¿Cómo había ocurrido eso? ¿Cómo es que en tan sólo tres meses figuras importantes del gobierno norteamericano, en adición al presidente de Venezuela, le retiraban el apoyo al gobierno de Juan Bosch? ¿Cómo es que Washington había desarrollado una cierta dureza hacia la República Dominicana?
En el fondo de todo eso estaba la acusación de comunista. El propio embajador Bartlow Martin lo reconoce cuando dice que tal vez algunos de sus informes habían creado desilusión en determinados  funcionarios del Departamento de Estado u otras agencias del gobierno norteamericano; o quizás  los reportes de la CIA o de la misión militar MAAG, habían suscitado preocupación en algunos sectores de poder de los Estados Unidos.
Sea como fuere, lo cierto es que a menos de los cien días de su toma de posesión, el gobierno de Juan Bosch, a confesión de actores claves del proceso, se encontraba aislado por determinados sectores  de la Administración Kennedy, bajo la sospecha de ser comunista o  de ser tolerante con los comunistas.
Esa situación se agravó a partir del momento en que algunos periodistas influyentes  y figuras de importancia en el Congreso norteamericano empezaron una campaña sistemática de ataques que lograban alcanzar repercusión interna en la opinión pública dominicana.
Campaña de descrédito
Entre esos periodistas se encontraba Hal Hendrix, del Miami News, quien ganó un premio Pulitzer en 1963 por sus reportajes sobre la Crisis de los Misiles en Cuba, y cuyos escritos consistían, fundamentalmente, en filtraciones de informes de la CIA.

El 24 de septiembre de 1963, un día antes de que se produjera el golpe de Estado que derrocó el gobierno de Juan Bosch, Hendrix escribía un artículo para la agencia noticiosa Scripps-Howard, en el que se adelantaba en describir y justificar lo que acontecería veinticuatro horas después en territorio dominicano.
Pero antes de eso, desde mayo de ese año, era capaz de embardunar cuartillas periodísticas con el predicamento de que “la penetración comunista en la República Dominicana marcha con increíble velocidad y eficacia”.
Además de Hal Hendrix, Jules Dubois, desde las páginas del Chicago Tribune, mantenía una línea de ataque permanente al gobierno de Juan Bosch, siempre bajo el criterio de la tolerancia con el comunismo y del avance de los “rojos” en suelo nacional.
Esas campañas producían su efecto a nivel político en los Estados Unidos, pues influían en el ánimo de algunas figuras de poder, como fue el caso del Presidente del Subcomité de Asuntos Interamericanos de la Cámara de Representantes, Armistead Selden, quien en un discurso ante el Congreso norteamericano, dijo:
“Al parecer, la ofensiva comunista progresiva de penetración subversiva en la República Dominicana no encuentra una oposición eficiente en el nuevo gobierno dominicano”.
Naturalmente, esos criterios, superfluos y prejuiciados, no eran los únicos que circulaban en los medios norteamericanos. En contraste con ellos se encontraban, por ejemplo, los trabajos publicados por el New York Herald Tribune, el cual, en un editorial de mayo de 1963, llegó a indicar que “hay mucha simpatía y apoyo en el hemisferio para el Presidente de la República Dominicana, Juan Bosch, quien representa la alternativa democrática de elección popular, a una tiranía de derecha, que como país sufrió durante tantos años bajo el régimen de Trujillo, y a una tiranía de la izquierda tal como está sufriendo Cuba con Castro”.
Por su parte, el senador liberal Hubert Humphrey le respondió en forma indirecta al congresista Selden, cuando en un discurso, pronunciado en la Sala del Senado estadounidense, describió a Bosch como miembro del “elemento democrático no comunista, de mente reformadora del Caribe”; a lo que agregó que Bosch había “ideado un programa de reformas dentro del marco democrático, el cual consideraba una alternativa muy distinta del comunismo”.
Fue en medio de esa atmósfera ambigua que el embajador John Bartlow Martin fue a Washington en junio de 1963, con la intención de procurar una reafirmación de apoyo del gobierno de los Estados Unidos al gobierno de Juan Bosch, a fin de evitar otro Castro en la región.
En principio, parece que lo logró de palabras. Pero es sintomático el hecho de que el presidente Kennedy, al despedirse de él, en presencia de otros funcionarios, lo señala con el dedo, y en tono de bromas, dice: “Ahí está nuestro Earl T. Smith”.
Debemos recordar que Earl T. Smith fue el embajador de Estados Unidos en Cuba, al momento del triunfo de la Revolución.
El chiste no podía resultar más revelador. Tenía carácter ambivalente. Resultó ser trágico.

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